Comentario
Una generación posterior a Duns Escoto, Guillermo de Ockham va a expresar algunas de las ideas contenidas en el pensamiento de aquél, aunque no hubieran sido formuladas por él, en parte por la temprana muerte de Duns, y también porque, acaso, nunca hubiera llegado a tales extremos de contundencia. También es cierto que muchas de las posiciones atribuidas a Ockham no fueron nunca expresadas por él, sino por sus continuadores, pero, esencialmente, se hallaban implícitas en el pensamiento ockhamista. La conexión de Guillermo de Ockham con corrientes andjerárquicas, con el movimiento de los espirituales, le confiere un matiz revolucionario que radicaliza su pensamiento; no cabe duda, no obstante, que de éste se derivan consecuencias de extraordinaria importancia.
Ahondando, más que Duns Escoto, en la desesperanza de apoyar las verdades del dogma en la razón, radicaliza la separación entre teología y filosofía; coincide, en cierto modo, con corrientes antirracionalistas, muy difundidas en el siglo XIV, que consideran preferible asentar la fe en una adhesión incondicional a la revelación, y abogan por la contemplación mística como garantía de la unidad de la fe.
Guillermo de Ockham nace probablemente en 1290 en el sureste de Inglaterra, en el condado de Surrey; a los veinte años aproximadamente entra en la Orden franciscana e inicia los estudios superiores en Oxford, incorporándose al importante grupo de intelectuales franciscanos de aquella universidad. Sus ideas, de carácter nominalista, le hacen muy conocido, pero son también responsables de que la universidad de Oxford le niegue el título de maestro.
Estas ideas, y la situación de creciente ruptura entre los franciscanos y el papa Juan XXII, motivan que en 1324 sea convocado a Aviñón para someterse a un proceso ante un tribunal eclesiástico. El proceso se alargaría durante tres años, en los que se va agudizando el enfrentamiento entre los franciscanos y el Pontificado, especialmente por la cuestión sobre el alcance de la pobreza, que concluye en abierta ruptura. El tribunal condenó algunas de las proposiciones de Ockham, y, sobre todo, condenó el nominalismo; para entonces Ockham había entrado en conexión con los espirituales franciscanos y también con los círculos próximos a Luis de Baviera, contrarios al poder temporal del pontificado.
En 1328, al producirse la ruptura entre Luis de Baviera y Juan XXII, Ockham abandona Aviñón; acompañando al general de la Orden, Miguel de Cesena, marcha a Pisa y, siempre en seguimiento del emperador, se traslada a Munich en 1330. A partir de este momento, excomulgado desde hacía un año, centra su esfuerzo intelectual en la redacción de sus obras políticas contra el Pontificado, en contacto con los círculos próximos a Marsilio de Padua.
Permanecerá en Munich aún después de la muerte de Luis de Baviera y la llegada al poder de Carlos IV, a pesar del acercamiento de éste al Pontificado; también Ockham opera un acercamiento, solicitando de Clemente VI el perdón, que le es otorgado, aunque se le exige una retractación. Muere en Munich, en 1350 probablemente, sin alcanzar el titulo de doctor, pero habiendo alcanzado sus doctrinas una amplia difusión en todas las universidades europeas.
El pensamiento de Ockham se apoya esencialmente en estas bases. En primer lugar, el mundo no esta regido por leyes universales y necesarias, sino únicamente por la voluntad de Dios, que puede modificar cuanto guste. En segundo lugar, rechaza como demostración todo lo que no sea evidente o deducción necesaria de una proposición evidente, y, en tercer lugar, un empirismo radical, negador de todo otro hecho que lo singular, a partir del cual la inteligencia humana construye nociones universales, términos abstractos a través de los cuales analiza los seres concretos.
Según su pensamiento, Dios es anterior y está por encima de toda realidad, por lo tanto, no es objeto de conocimiento racional; desde el punto de vista científico, la existencia de Dios no es un hecho demostrable, sino, simplemente, una probabilidad. La teología racional y la metafísica, al no ocuparse de lo singular, sino de lo universal, carecen de consistencia.
Las consecuencias del pensamiento de Ockham son demoledoras; desde luego fueron mucho más allá de lo que su formulador, probablemente, pretendía. Trataba de demostrar que la razón humana, limitada al mundo sensible, era incapaz de acceder a las verdades de la fe, para lo que dependía únicamente de la revelación, es decir, de la Escritura. Ahora bien, accedía a ella sin criterios de certeza, que no le podían venir de la Iglesia, que no era más que una suma de individuos; el hombre queda asistido únicamente por la fe. El nominalismo forma parte así de una corriente antiintelectualista, muy difundida, que prefiere la aproximación a Dios a través del conocimiento afectivo, despreciando el discurso racional. De ahí a la afirmación de que la fe justifica al hombre hay solo un pequeño paso, probablemente dado, claro antecedente del luteranismo.
Teología y metafísica quedaban totalmente desconectadas; ni una ni otra se precisan. La teología no puede esperar de la metafísica la demostración de las verdades reveladas, ni ésta puede aspirar a ese objetivo. Escepticismo en filosofía y fideísmo en el campo de la teología son las consecuencias más importantes del ockhamismo; como consecuencia de ello y de su radical empirismo, a él se debe la orientación hacia las ciencias de la observación y, en consecuencia, el desarrollo de las investigaciones científicas.
La teología se orienta más al análisis de cuestiones de orden práctico que a la pura especulación, y también a las cuestiones pastorales, tan relacionado con la reforma, una de las cuestiones más intensamente planteadas durante los siglos XIV y XV y también, por razones muy diversas, sucesivamente aplazada.
En sus obras políticas sostiene Ockham que el poder, tanto el civil como el eclesiástico, procede de Dios, siendo los hombres quienes delegan este poder en los gobernantes; eso es así también en el caso del Pontificado, ya que el Papa es elegido por hombres, lo que, en caso de mal gobierno, le hace objeto incluso de deposición. Siendo él mismo hombre, está, en consecuencia, sujeto al error.
El cristiano debe estar sometido al Papado, sucesor de san Pedro, aunque no necesariamente a un Papa concreto, ya que, en determinados casos, resistirle será no sólo legítimo sino necesario. La autoridad pontificia se limita, según Ockham, únicamente a lo espiritual; aunque es independiente del poder civil, esta independencia puede verse limitada por los errores pontificios, que le hacen responsable ante la autoridad civil.
Su pensamiento político, claramente influido por su servicio al emperador, aun afirmando la independencia respectiva del Pontificado y el Imperio, deja al primero bajo el segundo en caso de circunstancias enormemente aleatorias. Además, pone por encima de la Iglesia jerárquica a la Iglesia espiritual, expresada en el común de los fieles, lo que constituirá la apoyatura del conciliarismo, tan duramente planteado en el siglo XV.
Las ideas de Ockham alcanzaron una gran difusión e influyeron considerablemente en otros movimientos posteriores, incluyendo el neokantismo y el neopositivismo; ello se debe, en gran parte, a la precisión y también radicalización del pensamiento ockhamista realizado por alguno de sus continuadores. Entre éstos destacan Juan de Mirecurt, Nicolás de Outrecourt, Alberto de Sajonia, Nicolás de Oresme y, especialmente, Roberto Holkot y Juan Buridán, rector de la universidad de París; ya en el siglo XV, Gabriel Biel desempeñará un papel importante en la conexión entre el nominalismo y Lutero.
La difusión del nominalismo fue, efectivamente, muy amplia en algunas universidades, pero también fue reprimido en muchas otras; es posible establecer una cierta división entre las antiguas universidades y las de nueva creación, refugio éstas principalmente de los maestros nominalistas. En ello influye no solamente la querella intelectual sino los acontecimientos políticos, las divisiones espirituales o los brotes que podemos llamar nacionalistas: la pugna entre el Pontificado y los emperadores, el Cisma, el problema husita.
La persecución de los maestros en algunas universidades les lleva a abandonar sus claustros, siendo bien recibidos en las de nueva creación o en aquellos lugares que mantenían enfrentamientos, del tipo que fuesen, con los lugares de que procedían. El Cisma hará que la obediencia aviñonesa se mantenga alineada junto al tomismo, mientras el nominalismo predomina en la obediencia romana; este hecho es especialmente notable en Alemania, como también que aquellas universidades alemanas más vinculadas al nominalismo sean las primeramente implicadas en el luteranismo.